El amor: el ingrediente que hace falta
Una manera de mejorar nuestros hogares de ancianos que no cuesta nada
C. Gourgey Ph.D.
La señora Xavier era vieja y un poco confundida, pero sabía muy bien lo que necesitaba: necesitaba ayuda. No podía moverse de su silla de ruedas y estaba pidiendo ayuda para ir al baño. Recorrí el pasillo buscando ayuda. Encontré la asistente de enfermera cuyo trabajo era cuidar a esta residente. La informé de que la Sra. Xavier la necesitaba. Pero en vez de ayudar a la señora la asistente me gritó:
¡Está señora está aquí desde hace mucho tiempo y sabe muy bien la situación! ¡Es la hora de cambiar el turno! Primero necesitamos hacer nuestros informes. Quizá después yo vengo. Ella tiene que esperar.
E inmediatamente se fue.
Muchas veces se escuchan tales excusas para no proveer cuidado adecuado: “Se acabó mi turno”, “Ella no es mi paciente”, “Es la hora de mi descanso”, “Soy flotante y ni siquiera conozco a tu madre”. A pesar de imágenes de corazones en sus logos y frases bellas en sus declaraciones de propósitos, muchas instituciones tienen un ambiente intimidante. Esto puedo desanimar a los residentes y a sus familiares, produciendo un sentido de desesperación.
Las personas que se ocupan de las más íntimas necesidades de nuestros seres queridos deben ser nuestros amigos y no adversarios. No obstante una cultura profundamente arraigada en los hogares de ancianos alienta una relación sutilmente contenciosa. Negar mirar a los ojos, el tono brusco de la voz, hablar en frases cortas y cortadas, hacen sentirse al cuidador como una molestia fastidiando a estas personas ocupadas. Parece que el equipo de enfermería siempre tiene muchas cosas más importantes que hacer que escuchar las quejas de los familiares sobre lo que su ser querido necesita. Una cortina siempre separa el personal del cuidador y del residente. Esta cortina no se puede ver, pero se puede sentir. El cuidador la experimenta como una angustia, un dolor al fondo del estómago mientras que se pregunta cómo expresar un asunto crítico sin provocar resentimiento. Pero para el personal esta cortina es una protección; la llaman “distancia profesional”.
Ha llegado la hora de penetrar la cortina. Demasiadas veces la “distancia profesional” se transforma en indiferencia, y cuando uno es débil y vulnerable la indiferencia es tóxica. Cuando era músicoterapeuta en un hospital de cuidado a largo plazo me encontré con una paciente que siempre se quejaba: “¡No existe el amor en este lugar!” En nuestro grupo de músicoterapia ella podía expresarse sin temor. Prestamos mucha atención al asunto y finalmente logramos dejar saber a la mujer que de verdad era querida.
Desafortunadamente en círculos profesionales “amor” es casi una palabrota. Para muchos profesionales el amor significa cruzar un límite de conducta aceptada. Otros consideran el amor como una amenaza. Nos cuesta sentir los dolores de los demás; no sentir nada es mucho más fácil. Pero lo fácil no es lo más beneficioso, ni para los residentes, ni para sus cuidadores y ni siquiera para el personal.
Es posible amar apropiadamente y sin estar agobiado. Esta es la práctica del amor como la conciencia de la otra persona. Necesitamos simplemente ser conscientes de la persona que necesita nuestra atención, conscientes de su esencia e individualidad. De esta manera comenzamos a desear su bienestar. La otra persona también lo sentirá, para nuestro beneficio mutuo.
¿Cómo poner el amor en práctica? Hay cosas muy sencillas que podemos hacer. En vez de poner mala cara, una sonrisa disminuye el estrés y hace ambas personas sentirse mejor, la que da y la que recibe. La voz suave, la palabra sincera y amable elimina el resentimiento y hace la vida mejor no solamente de los cuidadores sino también de los miembros del personal.
Este cambio debe comenzar al nivel más alto de autoridad. Concentrarlo solamente en las enfermeras y las asistentes de enfermeras no sería justo. Hacen mucha falta administradores y supervisores que aprecian estos valores humanos y que no le tienen miedo al amor. Necesitan entrenar el personal para que comprenda que un hogar de ancianos no es sólo un sitio que trata de controlar personas “difíciles”. Estas personas son seres humanos indefensos que necesitan nuestro amor. Debemos no tenerle miedo al amor, y tenemos el derecho de pedir más amabilidad no solamente de nuestros hogares de ancianos sino también de todo el sistema de salud.
El amor es más que un simple sentimiento y puede expresarse de una manera muy práctica. Piense simplemente qué tipo de hogar preferiría para su ser querido: un lugar donde el amor prospera, u otro como el hogar que muy posiblemente encontrará en realidad.