La musicoterapia y el cuidado espiritual
C. Gourgey Ph.D.
He pasado mi carrera como musicoterapeuta trabajando en hospitales, hogares de ancianos, y centros para pacientes en fase terminal. Al escuchar la palabra “musicoterapia” mucha gente piensa que ésta tiene que ver principalmente con el recreo. Por supuesto la música tiene su valor recreativo; sin embargo, pensar en la musicoterapia solamente como una forma de diversión restringe seriamente el alcance de todo lo que la musicoterapia puede realizar. Hay una diferencia importante entre la música como entretenimiento y la musicoterapia, y es una lástima que frecuentemente las dos se confundan.
A lo mejor la musicoterapia puede dar apoyo a las necesidades emocionales y espirituales de los pacientes y sus familias, especialmente cuando faltan las palabras. Para aclarar lo que la musicoterapia puede ofrecer quisiera presentar una historia corta de mi experiencia con pacientes en fase terminal.
Ileana tenía aproximadamente cincuenta años y su vida estaba llena de tragedia. Estaba muriendo de SIDA que le contagió su difunto marido el cual la había engañado. Como no podía asistir más a su iglesia vivía casi totalmente aislada. Vino a nuestro hospital y la visité a menudo. Muchas veces Ileana estaba yaciendo en la cama con la cara oculta en su almohada y llorando en voz muy baja.
Le gustaba contarme cuánto había disfrutado cantando himnos en la iglesia. Nació en Puerto Rico y aunque podía hablar muy bien inglés, mi capacidad de hablar con ella en su lengua materna le fue una fuente de consuelo. Conozco muchos himnos de la iglesia latina y cantarlos juntos hizo renacer su fuerza y su fe.
Ileana también escribió sus propios himnos que solía cantar en la iglesia con sus amigos antes de caer enferma. Deseaba fuertemente enseñarme uno, de modo que un día traje mi grabadora para que pudiera captar cada nota. Ileana apenas podía emitir más que un áspero susurro; por lo tanto sostuve la grabadora muy cerca de su boca. Como estaba muy débil tuvo que parar muchas veces; no obstante logré entenderla. Me percaté de que estaba muy cansada y le dije que no íbamos a continuar y que tendríamos un descanso. Rehusó la oferta e insistió en completar la canción entera esa misma tarde.
Después de una pausa corta logró cantar toda la canción. Llevé a casa la grabación y esa noche la aprendí. Aquí está el comienzo:
Cuando miro al cielo
Siento que te veo
Sé que algún día
Tú lo harás realidad.
Cuando tú la iglesia
Busque aquí en la tierra
Y nos lleve al cielo
Al trono de Dios.
Cuando miro al cielo,
Cuando miro al cielo,
Cuando miro al cielo.
A pesar de su debilidad, su canción simple y triste era una oración muy fuerte. Añadí unos acordes y la toqué con mi guitarra. La consoló recibir las palabras de su propia canción por la voz de otra persona.
Las semanas pasaron y aumentó su dolor cada vez más. La medicina que tomaba para controlar su dolor la ayudó, pero al mismo tiempo consumió la poca energía que la quedaba. Muchas veces la encontraba dormida, pero un día, justo cuando estaba a punto de salir, descubrí que acababa de despertarse. Las primeras palabras que salieron de su boca: “Por favor cántame ‘Cuando miro al cielo’”. Le canté su canción y cayó en sollozos tan fuertes que su cuerpo empezó a temblar de modo incontrolable. Me senté al lado de la cama y la tomé en mis brazos, tranquilizándola diciendo que Dios debe amarla mucho por haberle dado una canción tan bonita. No dijo nada sino que asintió con la cabeza.
La canción de Ileana llegó a ser un vínculo no solamente entre nosotros dos sino también entre ella y la fe que le hacía tanta falta en ese momento. Durante esos días hizo muchos viajes entre el hospital y su casa, y cada vez volvía al hospital más débil que la vez anterior. Siempre la saludaba con una canción, lo que le levantaba el ánimo y le hacía sonreír. Después de que regresó a su casa por la última vez, la trabajadora social me informó que Ileana murió en tranquilidad y paz.
A menudo los familiares de mis pacientes me dicen el refrán: “él que canta ora dos veces.” Especialmente como los dos, la enfermedad y el ambiente del hospital, pueden causar tan fácilmente sensaciones de aislamiento y abandono, no solamente el cuerpo sino también el alma nos pide cuidado y atención.