Mariel
La fuente de la fe es el amor
Carlos Gourgey, Ph.D.
La encontré en su cuarto del hospital; estaba sentada en su silla de ruedas contemplando la luz por la ventana. Nació en Trinidad, tenía 83 años y estaba muriendo del cáncer del páncreas.
- ¿Ah, es la música lo que tú haces? -me saludó con su sonrisa burlona-. ¿Qué vas a cantar hoy para mí?
Tuvo razón. Era yo el músicoterapeuta de ese departamento del hospital y tuvo el derecho de pedirme una canción. Le canté una de Trinidad, y finalmente nos hicimos amigos.
De repente empezó a dar golpecitos en los lados de su silla de ruedas. Me fijó una mirada desafiante y dijo:
- ¿Sabes tú cuál es el mejor lugar donde uno se puede encontrar? ¿Eh? Dímelo.
No sabía qué contestar.
- ¡Justo por aquí! -contestó-. ¡Justo en esta silla de ruedas donde me siento! -Y siguió dándole sus golpecitos-. ¿Y quieres saber por qué? ¡Porque aquí mismo en esta silla de ruedas, esto es donde está Dios!
Sin duda lo podía creer, que Dios debe estar con ella, porque desde el momento que la conocí no escuché de sus labios ninguna queja, a pesar de su dolor, a pesar de su gran incomodidad, a pesar de la proximidad de la muerte. Las etapas avanzadas de cáncer pancreático pueden ser severas. Muchas veces la vi sintiéndose muy mal, mareada, vomitando. No le importaban mis preocupaciones por ella. “Qué significa un poco de vómito?” solía decirme. “En un hospital así que en la vida tales cosas ocurren; no son nada”.
Muy pronto descubrí que más de todo a Mariel les gustaban las canciones de la iglesia. Le canté unas que conocía. Por un rato parecía satisfecha; sin embargo dentro de poco tiempo regresó la sonrisa burlona. Me pidió una canción particular: “Te agradezco Jesús”. Me disculpé por no conocer esa canción. Ella empezó a cantar:
- Te agradezco Jesús, te agradezco Jesús, te agradezco Señor,
» Me has llevado por un camino muy largo, muy, muy largo...
Cesó de cantar. Añadió:
- Esto es todo que recuerdo. Tu tarea es encontrar la canción entera. No quiero verte la cara hasta que lo hagas.
Su mensaje no podía ser más claro. Salí del cuarto empeñado en cumplir con mi tarea. ¡Sabía muy bien que si no encontrase la canción se armaría un lío más grande que podía imaginar!
Esa noche busqué la canción en todos mis libros e himnarios que tenía en la casa. No apareció en ninguno. ¿Qué podía hacer? Mariel nunca me perdonaría si no pudiera conseguir esa canción para ella. Finalmente tuve la idea de llamar a su iglesia. No conocían la canción tampoco, pero me dieron una pista y finalmente la encontré en un himnario oscuro, el Himnario Africano-Americano. Allí estaba en la página 532. Bueno, podía visitar a Mariel otra vez sin temor.
- Hola Mariel -la saludé y empecé a cantar- te agradezco Jesús...
- Te agradezco Jesus, me has llevado por un camino muy largo, muy, muy largo... -continuó Mariel. Se hallaba transportada de alegría.
Me estaba preguntando cuál fue el camino largo que atravesó. Le pregunté cuál era la fuente de su fe profunda y cómo logró vencer el miedo del dolor y de la muerte. No podía contestarme. Su confianza era parte de su naturaleza; no podía explicarla en palabras.
Algún día me encontré con Anita, la hija de Mariel. Le conté mi admiración por su mamá, y que estaba muy impresionado viéndola cantando alegremente a pesar del dolor y del progreso de su enfermedad. Anita me explicó unos detalles de la vida de Mariel:
- Cuando era niñita mi mamá vivía con mi abuela. Tenían una vecina que se llamaba Miss Jane, la cual era muy vieja y débil y no podía alimentarse. Abuelita solía decir a mi mamá: “Miss Jane debe tener hambre. Ve a visitarla y dale de comer.” Y preparó unos sándwiches para que mi mamá pudiera darles a Miss Jane.
» Mi mamá guardó esa lección durante toda su vida. En su iglesia organizó comidas para los hambrientos. Cada día de Acción de Gracias cocinaba pavos y salió para repartirlos a los desamparados. Y cuando otros venían a este país desde su Trinidad natal necesitando alojamiento, siempre les daba sitio en su casa.
Por fin me di cuenta. Si el amor es la guía de tu vida, la fe también será tu compañera constante.
Dentro de quince días me percaté de un cambio drástico en Mariel. Yacía en la cama y no podía responder. El cuarto estaba lleno de gente; todos sus amigas y familiares vinieron para despedirla. Les canté una canción que expresaba lo que todos sentíamos: “Hay un Espíritu de Amor en este lugar”. Justo como Mariel hubiera dicho: aquí mismo en este lugar donde estamos.
Solamente por un instante Mariel levantó la cabeza y abrió los ojos.
- ¡Ella escucha! -exclamó uno de sus amigas.
- ¡Sin duda, ella escucha! -respondieron todos.
Sin darnos ni una palabra Mariel relajó la cabeza y cerró los ojos. Falleció muy temprano por la mañana siguiente. Durante toda su permanencia en el hospital no mostró ninguna señal de la angustia y la agonía que tantas veces vienen con la fase final de cáncer.
Tampoco sentí una paz más profunda de la que había estado llenando el cuarto durante esas horas.
Tuve la suerte, mejor dicho la bendición, de pasar esos momentos con una persona que vivía constantemente en la presencia de Dios - no el Dios de doctrinas y creencias, sino el Dios verdadero del espíritu del amor.